MásINCLUSIÓN
- Nombre y Apellido
- Héctor Antonio Martínez Hidalgo
- País de Residencia
- Chile
- Equipo
- Estado de la Iniciativa
- Idea
- Objetivo de Desarrollo Sostenible
- Educación de calidad
- Problema que resuelve
- La sociedad en general nos inundan de mensajes sobre un modelo moral y físico de personas al que todos deben aspirar a convertirse, generando un sinnúmero de prejuicios sobre quienes no encajan en ese modelo. La educación y el mundo laboral en Chile no están exentos de este fenómeno, y muchas veces en vez de ser un motor de cambio social se transforma, muy por el contrario, en una fuente de reforzamiento de estereotipos entre pares y desde la comunidad en general. Si bien Chile ha logrado un muy alto IDH en las últimas décadas, los frutos y las oportunidades del progreso no alcanzan a todos por igual. En efecto, cuando el IDH se ajusta por la desigualdad, Chile retrocede doce puestos en el ranking mundial. La desigualdad socioeconómica no se limita a aspectos como el ingreso, el acceso al capital o el empleo, sino que abarca además los campos de la educación, el poder político y el respeto y dignidad con que son tratadas las personas. Esto afecta en mayor grado a las mujeres, la población rural y de las regiones retrasadas, los pueblos originarios, y a personas de diversas minorías. De este modo, desde la niñez hasta la adultez, en ambientes familiares, escolares y laborales, no hay referentes positivos, educación ni políticas de inclusión sobre diversidad física, étnica, sexo-genérica ni familiar, acentuándose un modelo excluyente para un grupo de personas. Cabe mencionar que la exclusión no necesariamente se traduce sólo en menor acceso a la educación y trabajo formal, sino también a la invisibilización de su existencia y de referentes positivos. De acuerdo al informe Discriminación en el contexto escolar - orientaciones para promover una escuela inclusiva, elaborado por el Ministerio de Educación del Gobierno de Chile en Septiembre de 2013, “existen diversos grupos que son víctimas habituales de la discriminación; sin embargo, es importante destacar que no son las características diversas de las personas las que la generan, sino las actitudes hostiles que se producen ante esta diversidad”. En el ámbito escolar, y en mayor o menor medida en el ámbito laboral, las principales manifestaciones de discriminación se producen por diferencias de: - Apariencia física: muchas de las formas de discriminación y violencia escolar se manifiestan a través de sobrenombres peyorativos que aluden a alguna característica física que destaque; apelativos denigrantes suelen ser considerados como bromas inofensivas por los estudiantes o colegas y aceptadas (a veces promovidas) por parte de los adultos o superiores, aun cuando se trata de expresiones que dañan significativamente su autoestima y dignidad. - Orientación sexual e identidad de género: los y las adolescentes homosexuales, lesbianas, bisexuales o trans (LGTB), además de quienes son percibidos como tal, son víctimas habituales de la discriminación, no sólo en el espacio escolar o laboral, sino muchas veces también en sus familias. - Condición socioeconómica: los estudiantes considerados pobres suelen ser discriminados en el espacio escolar; el barrio o población de la que provienen, el tipo de ropa que usan, las dificultades para adquirir materiales escolares e, incluso, ser beneficiarios de algún tipo de subsidio estatal, suelen ser motivos de segregación, traducido en las ya conocidas “bromas” y también en la marginación de ciertas actividades. - Tipo de familia: existen diversos tipos de familias, tanto en relación a su estructura como a su funcionamiento. Aquellos estudiantes que no viven con ambos padres suelen ser discriminados, bajo la creencia de que ese tipo de familia está capacitada para ejercer de mejor manera la crianza. De este modo, niños, niñas y adolescentes que son criados por madres o padres solos, por la familia extensa (abuelos, tíos), cuando conviven con padres o madres del mismo sexo, con familiares homosexuales, o cuando tienen hermanos de diversos progenitores, son habitualmente etiquetados de manera negativa. - Embarazo y maternidad: las adolescentes madres o embarazadas muchas veces son excluidas del sistema escolar, ya sea directa o indirectamente. Se produce una discriminación directa cuando se les niegan las facilidades para rendir pruebas o ponerse al día con las asignaturas, cuando se entorpece su tiempo de amamantamiento, cuando se les excluye de determinadas actividades o cuando no se respetan los tiempos establecidos por los médicos tratantes, lo que obstaculiza su permanencia en el sistema. De manera indirecta, la discriminación se produce a través de rumores y comentarios, como “son un mal ejemplo para sus compañeros y compañeras”, “el establecimiento podría enviar un mensaje equivocado de permisividad” o que “el establecimiento puede ser desprestigiado”. - Género: Las expectativas y niveles de exigencia por parte de los docentes varía según se trate de hombres o mujeres, lo que les resta oportunidades de aprendizaje, en especial a las mujeres. En este mismo sentido, la discriminación se manifiesta en relación a las expectativas sobre las conductas esperadas para cada género: de una niña se espera que cumpla con una serie de características asociadas a lo femenino (ser suave, ordenada, tranquila, responsable, emotiva, etc.)”, y de los niños se espera que cumplan con una serie de conductas asociadas a lo masculino (que juegue fútbol, que sea bueno para pelear). De lo contrario, cuando no cumplen con estas expectativas son discriminados. - Pueblos originarios: los estudiantes pertenecientes a alguna etnia indígena son frecuentemente discriminados, no solo por sus compañeros sino también por los docentes y demás miembros de la comunidad educativa. Esta segregación se manifiesta a través de bromas e insultos, apelando de manera peyorativa a su condición indígena, así como también a través de la negación y desvalorización de sus costumbres y lenguas originarias. Esta discriminación trae como consecuencia un deterioro progresivo de su patrimonio cultural y lingüístico, determinando el que muchos estudiantes opten por negar u ocultar su condición de indígenas, dañando su autoestima y, por tanto, su identidad. - Discapacidad: existen diversos tipos de discapacidad (física, psíquica, mental y sensorial); niños y niñas, al presentar cualquiera de ellas, son víctimas habituales de actos discriminatorios, aunque no siempre con una intencionalidad negativa. Al igual que otros grupos excluidos, los estudiantes que presentan alguna discapacidad son objeto de “bromas” y apodos peyorativos que apelan a su condición, lo que refleja la tendencia de nuestra sociedad a centrarse en la carencia y no en los recursos y capacidades diferentes que cada persona desarrolla. - Enfermedad: enfermedades como el VIH, la esquizofrenia o la epilepsia, por mencionar algunas, son estigmatizadas, fundamentalmente, debido a la ignorancia respecto de sus características. A los y las estudiantes que viven con alguna de estas enfermedades se les condiciona el ingreso, permanencia o promoción en establecimientos educacionales, bajo la premisa de que se trataría de niños enfermizos, portadores de contagio para los otros miembros de la comunidad educativa o, simplemente, peligrosos. Sitaciones similares podrían vivir también en el contexto laboral. - Inmigración: los inmigrantes reciben un trato diferenciado y sólo algunos de ellos son discriminados, bajo el estereotipo de tratarse de nacionalidades “inferiores” a la nuestra. No sucede lo mismo respecto de estudiantes europeos o estadounidenses, quienes, por lo general, tienden a ser valorados precisamente por sus diferencias (como el manejo de otro idioma). Los estudios dan cuenta de que niños y adolescentes ecuatorianos, peruanos, bolivianos y haitianos, son quienes más sufren de la discriminación por parte de sus compañeros y de la comunidad educativa en general, lo que se traduce en la negación de ingreso o permanencia en el sistema escolar, bromas, burlas y exclusión, entre otros. Acciones como la negación de matrícula se tratan de justificar en la falta de regularización de la residencia de sus familias en el país, porque impediría el ingreso a los niños chilenos o porque son niños, niñas y adolescentes que no manejan símbolos y códigos de la cultura nacional. Lo anterior nos lleva a que el 42.2% de los niños, niñas y adolescentes de nuestro país declara haberse sentido discriminado alguna vez en su escuela o liceo, de acuerdo al informe “La Voz de los Niños, Niñas y Adolescentes y Discriminación”, publicado por la UNICEF en el 2011, cifra que aumentó significativamente en relación a la medición anterior, efectuada el año 2004. De acuerdo a cifras de INJUV, quienes manifiestan haber sido discriminados en mayor medida son los jóvenes homosexuales y aquellos que presentan algún tipo de discapacidad. Incluso, analizando cifras de la población en general, podemos ver que la tendencia es similar. De acuerdo al informe “Desiguales: orígenes, cambios y desafíos de la brecha social en Chile” publicado por PNUD en junio de 2017, el 41% de la población experimentó malos tratos en el curso del último año. Además, casi el 60% de la población percibe que a los grupos que peor se trata en Chile son los indígenas y las minorías sexuales. De acuerdo al mismo informe, un 42% de los encuestados identifican el lugar de trabajo como el espacio donde se reciben los malos tratos. La desigualdad perjudica al desarrollo, dificulta el progreso económico, debilita la vida democrática, afecta la convivencia y amenaza la cohesión social. Reducirla no es sólo un imperativo ético, es también una exigencia para la sostenibilidad del desarrollo de los países. La reducción de la desigualdad es uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible a los que Chile adhirió en el marco de la Agenda 2030 acordada por los países reunidos en la ONU. Esto implica el compromiso de lograr un crecimiento económico inclusivo y la reducción de la desigualdad en todas sus dimensiones, de modo de cumplir con el mandato de no dejar a nadie atrás.
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